Puntas, lana, colchones, cocinas de butano, calcetines,
pantalones, zapatillas, ropa interior, productos de limpieza…. Y así
podríamos seguir a lo largo de todo este reportaje, porque en la tienda
que regenta todavía Celina Puebla en Lantadilla a sus 81 años puedes
encontrar todo aquello que se te pase por la cabeza, menos productos de
alimentación. Lleva más de cincuenta años detrás de su mostrador y
reconoce que estar ahí le da la vida. «Me encanta atender a los vecinos,
y puedo decir que todavía no estoy cansada», asegura. Afirma que está
vendiendo las últimas existencias que le quedan, pero sus hijas
reconocen que todavía sigue comprando material.
Se casó con 26 años, y tras dos meses de matrimonio,
abrió junto a su marido la tienda -ubicada junto a su casa-, que todos
conocían como 'La del gallego', porque su marido es de Galicia. «Hace
años no teníamos horarios y la gente cuando necesitaba algo, pues
llamaba y había que atenderles, incluso si estabas cenando, te tocaba
levantarte de la mesa y abrir la puerta al cliente», explica Celina. Y
en más de una ocasión, los clientes entraban directamente a su casa.
Ha vendido cientos y cientos de pantalones a los
agricultores del pueblo. «Venían con los pantalones rotos o 'coritos', y
claro, yo les tenía que vender unos nuevos, y muchas veces los pobres
no podían ni pagarme», añade. Por San Pedro, iban los agricultores a
comprar camisas, pantalones y ropa interior, y a todos les tenía que
fiar, y cuando volvían ya la podían pagar. «Había muchos que como no
conseguían el dinero, pues no podían pagarme. Así que si hoy cobrase
todo lo que se me ha dejado a deber, me compraría un buen visón»,
manifiesta entre risas y a modo de anécdota.
Su sonrisa es tan contagiosa y sus historias tan
divertidas que mientras va contando todo, dos de sus hijas, una sobrina y
yo pasamos un rato de lo más agradable.
A Celina la conoce todo el pueblo, y jamás ha tenido un
problema con nadie, porque Celina ha intentado siempre mantener buena
relación con todo el mundo. «Trato muy bien a mis vecinos y me da igual
que sean ricos o pobres, porque a todos los trato por igual», apunta.
Recuerda a una vecina del pueblo que no tenía una buena situación
económica y que cuando iba a comprar siempre la dejaba para el final
para charlar con ella, porque le gustaba su conversación.
Confidente y psicóloga
Celina ha sido algo así como una especie de confidente
para los vecinos, porque han sido muchos los que iban a su tienda a
contarle sus cosas. «La gente siempre me ha contado sus penas y
alegrías, y casi he hecho de psicóloga, porque los vecinos han venido y
me han contado historias de lo más divertidas», apunta entre risas.
Secretos y confesiones que Celina siempre ha sabido guardar.
Jamás nadie le ha engañado con la cuentas porque Celina,
aunque no usa la calculadora, hace a la perfección sumas, restas y lo
que haga falta. «Cuando vienen los jóvenes de las peñas a comprar cosas y
empiezan a echar cuentas, yo en un momento les digo lo que es, y nunca
me equivoco», agrega. Quizás sea porque eso de las matemáticas siempre
le ha gustado, tanto que cuando era una niña ganó un premio de
matemáticas en la escuela y se llevó como regalo una enciclopedia.
Era buena para los problemas, así que cuando había examen
se ponía el papel detrás de la espalda y les iba escribiendo las
respuestas a sus compañeras para que las copiasen. Cuando el examen era
de lengua, sus compañeras hacían lo propio con Celina. «Cuando había que
corregir los cuadernos, yo cogía los de ellas para que la profesora no
me echase la bronca, porque a mí la escritura nunca se me ha dado bien»,
cuenta con sinceridad.
Por el momento, Celina no piensa en dejar su tienda de
Lantadilla, porque le quedan todavía muchas sonrisas que vender y muchas
historias que seguir escuchando. Y aunque ha pasado muchas horas
detrás del mostrador, eso no le ha impedido formar una familia unida, de
la que se siente cada día muy orgullosa.